Cuando pensamos en cannabis (marihuana) pensamos
en un porro o una pipa, en una planta de largas hojas verdes (aunque las hay
naranjas, rojas o moradas) que básicamente es ilegal. Pero entender una planta
a partir de su estatuto legal nos hace olvidar que nuestra interacción con
otras formas de vida en el planeta precede por millones de años la aparición de
las leyes, esas convenciones que deberían normar prácticas sociales que primero
deberían comprender.
Vamos a la historia:
Hace 580 millones de años la Tierra y la vida
eran muy diferentes. Durante los 75 millones de años que siguieron (llamados
“explosión cámbrica”) aparecieron la mayoría de las tipologías de la vida tal
como las conocemos. Paleontólogos como Stephen Jay Gould y Niles Eldridge han
desafiado la idea de una evolución de la vida que siempre es gradual durante
las generaciones, proponiendo en cambio que existen eras donde los cambios se
suceden rápidamente. Fue en este periodo de la historia de la vida en que
aparecieron los sistemas receptores de canabinoides.
Los receptores de canabinoides aparecieron por
primera vez hace 600 millones de años en animales marinos invertebrados como la
ascidia plisada; lo que es más curioso es que los humanos comparten un 80% de
material genético con las ascidias, haciéndolas nuestro pariente más cercano
dentro de los invertebrados. Esto significa que los mamíferos y muchas especies
animales que aparecieron antes de ellos (de nosotros) fueron dotados con
receptores de canabinoides como arma evolutiva. ¿Pero qué hace exactamente tan
especial a estos receptores?
Para los biólogos evolucionistas, la aparición del
sistema de receptores de canabinoides está relacionado con la capacidad de que
nuestros patrones neuronales sean modificados con la experiencia y puedan
adaptarse a nuevas situaciones. “Adaptarse a nuevas situaciones” es básicamente
de lo que se trata la selección natural: los que se adaptan sobreviven, los que
no, no. El sistema respiratorio que nos hace poder procesar oxígeno o el
digestivo que nos ayuda a descomponer elementos pesados en moléculas
aprovechables aparecieron de la misma forma y con funciones análogas: permitir
que una nueva especie se adapte a las situaciones cambiantes del entorno, en
esa dialéctica memoria/olvido en que se cifra la evolución de las especies.
La memoria no es otra cosa que una cimentada
relación entre las neuronas: mientras más utilizamos una habilidad o patrón de
pensamiento, más se refuerza, y es más probable que sea heredado a las nuevas
generaciones. Los canabinoides que produce nuestro propio cuerpo funcionan como
“lubricante” entre estas conexiones neuronales, permitiéndonos olvidar cosas
que no necesitamos e identificar cuáles conexiones son más valiosas para
preservar la vida.
Cambiar o permanecer igual: la supervivencia de
la especie se basa en ello. Biológicamente puede tratarse de resistir una
bacteria; socialmente, de aceptar una nueva idea. La capacidad de cambiar
de opinión está dada por un cambio en las conexiones neuronales; el
consumo de cannabis permite que seamos conscientes de la organización de ese
sistema neuronal, además de poder reevaluar la utilidad de la información que
la conforma. En el nivel individual de la especie (es decir, en cada uno de
nosotros) un sistema bioquímico nos dota con la capacidad de desaprender,
de romper patrones o de cambiarlos cuando el entorno en el que dichos patrones
fueron útiles, a su vez, cambia.
La regulación del cannabis, la economía y la
política que rige su producción, flujo y consumo, está fuertemente sujeta a un
terrible tabú producto de la desinformación; a pesar de eso la literatura
científica en torno al cannabis consta actualmente de más de 20 mil artículos
especializados. El cambio en el estatuto legal del cannabis, a diferencia de
otros procesos evolutivos, será lento, pero debemos recordar que a pesar de que
todo el cannabis del mundo se extinguiera, nuestro sistema está hecho para
aprovechar las ventajas evolutivas que pueden potenciarse gracias a su consumo.
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